Seamos honestos: ser hipster mola. No podemos negar que pese a la aversión que esta “élite urbana” puede llegar a provocar, muchos hemos fantaseado alguna vez con la posibilidad de que al caminar por la calle alguien piense de nosotros: “Mira, un hipster”. Por eso hay quienes sufren la “hipsteria” por llegar a formar parte de este selecto club.
En mi opinión un moderno nace, no se hace. Y a aquellos que fuerzan la situación para llegar a lo más alto en la pirámide de la sofisticación podemos reconocerlos por los siguientes comportamientos:
- Vestimenta.
Este tipo de ejemplar comienza su proceso con un repentino y a menudo ridículo cambio de aspecto:
Si es un chico, la norma es: cuanto más pelo mejor. Barbas, bigotes… cualquier amago de look antagónico a un anuncio de cuchillas de afeitar es válido. Si puede ser, acompañado de una frondosa melena recogida en una cola de caballo y/o estrafalarios sombreros.
Esto suele ir unido a la obsesión por lucir camisetas con leyendas tan originales que nadie más las lleve en ninguna parte del universo “con la excepción de Brooklyn, por supuesto”.
En lo referente a ellas, la política es mucho más simple: a falta de dinero, gusto y de conocimiento de tiendas realmente cool, a aquella que sufre la repentina hipsteria se la reconoce porque abandona de la noche a la mañana su “look Inditex” mientras en su casa la observan con extrañeza al ver que su nuevo fondo de armario se basa en la estrafalaria ropa de juventud de su difunta abuela.
2. Cine y televisión.
Desde hace un tiempo sólo ve películas y series en versión original “de hecho desprecia a quienes no lo hacen”, hábito del que se enorgullece cada vez que él mismo saca el tema en una conversación.
Si coincidimos con él para ver una comedia “por supuesto en versión original” se ríe con efusividad de cualquier chiste, por muy malo que sea, sólo para demostrar que sabe inglés y ha sido el primero en entenderlo.
En el cine observa con ira a quien mastica palomitas “que por cierto le encantan” y no se levanta hasta que acaban los créditos de las películas, por respeto al equipo técnico. Dígase, por ejemplo, al ir a ver una película rusa, se queda hasta el final en reconocimiento a un tal Dimitri Petrov, auxiliar de producción de la segunda unidad de rodaje, el cual seguro que no duerme por las noches si en un cine de Madrid alguien no se queda a leer su nombre pasando a toda velocidad.
3. Música.
El temor por evidenciar su verdadero yo hace que guarde a buen recaudo su contraseña de Spotify, donde acostumbra a entrar en sesión privada para que nadie sepa de las joyas de la música comercial que esconden sus playlists.
Cuando escucha música con los cascos, por ejemplo en un transporte público, adopta dos comportamientos extremos:
- Si la canción es indie sube el volumen al máximo para que los de su alrededor se den cuenta.
- A veces comete la osadía de escuchar en público esas canciones vergonzantes que adora. Entonces baja el volumen a un nivel prudencial para no ser descubierto.
4. Fiestas.
En este tipo de eventos estos modernos en ciernes suelen descubrirse a pares: son los dos que pelean por llamar la atención imponiendo el control en la lista de reproducción musical de la fiesta.
El comportamiento es sencillo: cuando suena una canción que otro ha elegido, nuestro personaje a estudiar se pone delante del ordenador para que nadie le quite el turno, contando ansioso los segundos que quedan para que termine ese tema. Cuando por fin pone la suya sube el volumen con disimulo y camina hacia el grupo orgulloso, mientras corea aquel himno a la modernidad, para que todos sepan que él es quien más está en la onda.
Por cierto, no se te ocurra cortarle alguna canción o tu vida correrá un serio peligro.
5. Lectura.
Además de escuchar música, en el trasporte público también se vanagloria de leer libros. Cada mañana, en el bus o en el metro, observa con reprobación a quienes viven enganchados al móvil, para después sacar su e-book y demostrar que es más culto que ellos y que está muy por encima.
Lo bueno de tener e-book es que nadie puede enterarse de que está leyendo “50 sombras de Grey” o “Millenium”.
6. Vacaciones.
Toda la vida le han encantado lugares como Torremolinos o Benidorm, donde acostumbraba a tomar el sol, beber cubalitros en las discotecas y entabla amistad con extranjeros. Pero desde hace un tiempo su nueva religión le obliga a renegar de ello y sólo contempla viajar a lugares aceptados por la comunidad hipster como Tarifa, Caños de Meca o Formentera.
Ahora sólo ve puestas de sol, bebe mojitos en las jaimas y entabla amistad con vendedores hippies de pulseras.
Por suerte, en los últimos años este abanico de destinos se ha ampliado gracias a las decenas de festivales indie veraniegos “todos con el mismo cartel” que pueblan la geografía española.
7. Festivales y discotecas.
Sí, desde hace un tiempo cada verano acude a un festival indie. Los grupos que actúan le dan igual. Una semana antes de la fecha de inicio se informa sobre ellos y trata de memorizar sus canciones más famosas.
Una vez en el festival se le reconoce enseguida: en los conciertos mueve la cabeza murmurando como si conociese cada canción, a la espera de un estribillo familiar en el que elevar la voz y hacerse notar, repitiendo el final de las palabras para que los de alrededor “que en realidad no le hacen ni caso” piensen que se la sabe ¡porque es súper fan!
En las discotecas indie que frecuenta también ejecuta este lamentable comportamiento.
8. Teatro:
A pesar de que allí se aburre muchísimo, el teatro es cuestión obligada y acude por lo menos una vez cada seis meses con el pesar de quien visita al dentista. Eso sí, una de esas dos veces lo hace bien orgulloso porque “actúa un colega”. Lamentablemente jamás reconocerá que en toda su vida la obra que más le ha gustado fue algo así como “el musical Mamma Mía”. Secreto que se guarda para la tumba.
9. La decoración del hogar.
Igual que a la mayoría de nosotros, al hipster de pega le toca comprar los muebles en Ikea. No obstante, él siempre tendrá un elemento que parezca cogido de la basura, algo que rompa con lo establecido, mucho mejor si se trata de una manualidad elaborada por él mismo. Algo que nada más contemplarlo haga que su colegui de visita en la casa le diga: ¡qué chulo!
Si se trata de una chica, la clave para reconocerla es que acaba de incorporar a su salón algún mueble pintado por ella en azul turquesa.
Esta afición al reciclaje puede también extrapolarse a sus ahora, cafeterías predilectas: Sólo acude a aquellas cuyo antiguo mobiliario bien pudiera haberse recogido de la basura.
Si os habéis reconocido en alguno de estos puntos no os preocupéis, no significa que respondáis a este dramático perfil. De hecho en algunos yo mismo me siento identificado. Eso sí, si os veis representados en 7 o más es para estar MUY preocupado.
¿Y vosotros? ¿Conocéis alguna característica más del «hipster de pega»?